Siento el átomo del ladrillo, el zinc, la madera...
lo observo y reconozco su carne
muchas veces despellejada
por la hoz repentina y titánica
de la incertidumbre asesina.
de la incertidumbre asesina.
La ley divina no es universal
pero la ley de la calle tiene su memoria,
por eso temen a toda hora
las puertas de los nidos malformadas
al borde de la vía.
El de zinc le teme al viento
el de madera siente pavor por el fuego
todos respetan la tierra, es cierto
pero le mentan la madre a la madre
pero le mentan la madre a la madre
y se rebelan contra ella.
Traen timbales, licor, rituales
y comercio y no pagan condominio.
Traen gritos, tabacos, sodoma y hierro
traen llantos, sangre y muerte
con sonrisas como balas.
La cumbre naranja no tiene culpa,
ni la tierra, ni la vía, ni el timbal
ni siquiera la sangre....
Es la prisa, es la ciudad, es la bala
es el dios verde, es el sueño transformado en peste.
Sin embargo los veo levantarse,
se rebelan todavía más
contra el fuego, el viento y las balas...
Y los bordes malformados
no dejan que nada caiga.
Madrugan al trote, al ritmo
y al caos por sus muchachos
y al caos por sus muchachos
recogen el agua de la lluvia con el zinc
y la guardan por si se va...
y sin pensarlo alimentan a los zancudos.
Tú los ves en la calle y sabes bien quienes son
y los sabes por sus bocas moradas de nicotina
por sus ojeras de gente madrugadora
por el color de su risa
por el timbal en su prisa.
Tú los ves y lo sabes
y te sonríes y le devuelves los buenos días.
Tú los ves y te asustas como el ranchito de zinc
como el de madera que le teme al fuego
como quien se olvida de lo que nos hace ser humanos.
yo trato de aprender a ver.
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