Los puertos no cierran,
los puertos
no esperan.
Los puertos son llegada,
entrada y salida.
Los puertos no tienen techo,
están llenos de musgo,
de frío
de agua salada.
Los puertos no dejan de ser puertos,
aunque sean llegadas y
paradas sin techo.
Los puertos no dejan de ser puertos
por ser entradas sin resguardo,
salidas sin retorno natural;
de aliento frío
y mareas de agua salada.
Irónicamente un puerto no es nada sin techo
sin agua salada
sin aliento frío
sin musgo empolvado y húmedo de sal.
Cerrar un puerto también es
quebrantar la paz,
olvidarnos de las llegadas
de la frescura húmeda del musgo,
de la lumínica paz del aire frío;
de los dones de hospitalidad.
Cerrar un puerto es también
dejar de escuchar al océano
dejar de lado la esperanza
la de de los pies ahogados
que no cesan de hurgar a patadas las aguas
tratando de encontrar consorte en la arena fría.
Cerrar un puerto es también olvidarnos de la pequeña muerte
y darle bienvenida a la peor
a la más grande.
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