lunes, 14 de enero de 2019
Y entonces no pude oír más esos pies cansados y arrastrados en las escaleras del subte. Pensaba en ti. Ya sin espacio ni tiempo para asimilar cuánto me pesaban las botas, o cuánto me dolían las piernas después de desnudar el enredo de palabras que teníamos pendientes.
Pero a veces pasa y al igual que con las luces de navidad, de un enredo creas otro; y quiebras los bombillos, y ya las luces no alumbran nada y te queda un mal sabor en las manos.
Incluso, a veces te sangran, como si hubieses apuñalado algo de forma frenética y te hubieses lastimado con el mismo cuchillo.
Había una escalera iluminada y sola y era la mía. Al subirla existía la posibilidad de no encontrarte porque en el fondo sabía que buscaba algo que huía de mi. Así que, cuando hube llegado arriba, entendí que donde todo es luz, también todo es obscuridad.
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