Una mañana vi los pies de isabella
y mi mente viajó a los lugares de mi infancia.
Creo que ese mismo día también descubrí
la sonrisa de isabella.
Una tarde vi las manos de isabella
y también el gesto que hace cuando fuma
todo olía a eucalipto y a guayabas
cuando vi en mis ojos la alegría de isabella.
Una noche oí llorar a isabella
y supe que esas manos, esa sonrisa
y esos pies llenos de delicadeza
se tropezaron como cualquier otro par de pies.
Ese mismo día me di cuenta
de cuanto quería protegerla de ella misma
porque cuando vi sus inocentes pies supe cuanto
le faltaba a la vida para parecerse a un recuerdo de la infancia.
Ese día reconocí a Isabella
y anhelé la paz para su alma en vida,
e hice una lista de carencias propias
porque el día que supe quien era isabella, me encontré conmigo misma.
En ese momento supe que a Isabella
no le faltaba nada, ni manos, ni pies, ni nadie que la cuidara
Isabella solo necesitaba cosas simples para ser feliz
dar pasos en falso, verse los pies, lavarse las manos...
Cantar alto, aprender a gritar en silencio
tomar más agua, comer más vegetales
encontrarse en las noches solas
dormir mejor, sonreir más
(beber menos)
pedirle la bendición a sus padre
comprender más a su hermana menor
encontrarse de nuevo en las noches solas
conversar con sus ancentros y pedir consejo a algún santo
El día que vi los pies de isabella, viajé a través del tiempo
para comprender que nuestros pies no necesitan otros
que no nos ofrezcan verdadera y sincera compañía.
El día que vi los pies de isabella entendí
porque estaba sentada en la otra esquina del salón.