miércoles, 6 de septiembre de 2017

Cuando me escribes, me doy cuenta de cuan viejo soy y cuan niña eres y siempre has sido.
Sé que esperas que te diga que tienes la inocencia de los girasoles, que me fui porque para mi siempre fuiste descendiente de helena, pero sabes que no lo haré. No te hablaré de las cosas que sabes, que conoces bien; de las que presumes, porque no las conozco. Jamás quise entenderlas ni quise pedirte perdón por ello.  Es muy tarde para esto, siempre para mi fue tarde. Miraba hacia el futuro y solo veía destiempos y lugares en blanco, ansiosos, solitarios, sin ti. Casi sin mi también. 

Fue el tiempo, fui yo, fue mi amargura y tu inocencia. Tu fragilidad de taza de té, de copa de vidrio fino para el vino más amargo. Fue tu sonrisa, tu risa estruendosa y bella. Tu amor virginal sin condición y mi codicia. Soñaba con el valhalla, valkirias, cuernos con licor -nunca una buena vida- menos una buena muerte ni una buena mujer y mucho menos tú en ninguna. No quería siquiera verte en mi funeral, -te diría de frente- aunque mis entrañas gritasen por tu regazo tibio. Aunque muriera por tus serpientes, medusa. Aunque estuvieses sobre mi piel como un tesoro a simple vista disfrazado de mi propio nombre. Jamás quise pedirte perdón por ello. 

No entenderías nada pequeña, y sabes que no me sirvieron las palabras. Y que las rosas primeras fueron perdones anticipados a la tragedia porque sabía que solo habrían hieles cuando nada me quedara... Ninguna otra flor tuvo tu aroma, jamás podré dejar de odiarte por ello. Amarte para este viejo fue odiarte, escupirte, burlar tu rostro en los pasillos, ignorarte por las noches, alejarme por las tardes y huir por la mañana. Humillarte fue mi consuelo por amar-te. Nunca supe hacerlo pequeña, perdóname. Perdóname porque nunca supe que te crucificaba, no sabía lo que hacía. 

Tembló